Al viajar hacia el sur desde el Ecuador estaba claro que la guinda del pastel vendría casi al final de mi gran viaje por Sudamérica. El primer día en el Cusco, Nica, mi socio argentino y yo dejamos cerrado el capítulo de como llegar a Machu Picchu por nuestra cuenta sin contratar ningún tour. 10 en planificación, 10 en logística…Olé!!!
Como suele pasar, te haces una idea de lo que vas a encontrar que luego no se corresponde con la realidad. En el caso de Machu Picchu me ocurrió en parte, ya que yo creía que estaba más cerca del Cusco y que se ubicaba en un paraje de alta montaña, cuando en realidad está en un entorno selvático, subtropical, muy similar a los paisajes que había conocido en Chachapoyas, durante la excursión a la majestuosa Catarata de Gocta.
Normalmente se suele llegar en tren a Aguascalientes (Machu Picchu pueblo), pero decidimos pasar una vez más de lo convencional, por lo que nuestra ruta, aventura más bien, fue la siguiente: desde Cusco cogimos un bus que se averió tres veces y tardó más de 5 horas en llevarnos al pueblo de Santa María. Allí ya nos encontramos con la selva a 1.000 m. menos de altitud que en el Cusco.
Desde Santa María una combi (furgo que suele ser de marca japonesa) nos llevó a la Central Hidroeléctrica Machu Picchu II por un carril que bordea el precipicio sobre el Río Urubamba, y ya una vez allí, más de 2 horas de caminata por la vía del tren hasta llegar a Aguascalientes, un sitio fronterizo y turístico a la vez, en el que por la avenida principal no pasan coches sino trenes.
El ascenso por la vía del tren ha sido otra de las grandes rutas de senderismo que he tenido la suerte de practicar en Perú. El bosque, así como el rugir del Río Urubamba y los cañones que forma en su impetuoso descenso, hacen que sea un trekking para recordar.
Llegamos ya de noche a Aguascalientes y nos alojamos en uno de los hostales situados en la avenida principal. Cenando por allí coincidí de nuevo con Galdi, mi pana mejicano de Arequipa. La verdad es que esa noche dormí bien poco; entre la ducha, la cena en el exterior, el secado de la ropa para el día siguiente, la excitación por la excursión…el caso es que a las 5 nos estábamos levantando para coger un microbús que nos llevó hasta la misma entrada del Santuario de Machu Picchu, cuyas puertas abren a las 6 de la mañana.
Una vez allí te enteras porqué el complejo se divide en 3 áreas y solo puedes visitar 2. Al comprar el boleto en Cusco no nos quedó más remedio que escoger la montaña y el poblado, ya que la tercera opción disponible, Huayna Picchu, debía reservarse con bastante antelación y posee limitación diaria de visitantes. Esta última es un monte con forma de menhir, el típico que aparece en las fotos, que tiene restos hasta la misma cúspide.
En la cima de la montaña Machu Picchu
Así que nos tocó subir a lo menos turístico y lo más alto, la Montaña Machu Picchu (que significa Monte Viejo) que es la que da nombre a todo el complejo arqueológico. A las 7 de la mañana ascendimos los primeros junto a un chavea brasileño que se nos unió. Esta subida es…bueno, casi mejor que miréis la foto de arriba! Tan solo os diré que en algunos tramos hay casi que gatear. No obstante subimos como las gacelas, ligeros como siempre por aquí, en un tiempo récord: algo menos de hora y media haciendo unas cuantas paradas.
Una vez arriba, a 3.000 m. de altitud las nubes empezaron a dispersarse y contemplamos todo, ya que encima nuestra no había nada más que cielo. Esta cúspide emana una energía tremenda y tuve sensaciones extrañas desde que pusimos el pie en la misma. Durante los primeros ratos sentí claramente que allí había más gente, aunque solo estábamos 3, y después la cosa se puso aún más mística al llegar un grupo norteamericano de la mano de un chamán-guía y, sobre todo, cuando apareció una misteriosa chica que empezó a realizar plegarias, o rezos, en kechua junto al precipicio.
Allí, alrededor de aquella inesperada sacerdotisa, nos juntamos, hechizados, los que estábamos y algunos pocos que se nos fueron uniendo después. Yo me sentí aturdido, volando sobre el abismo, y en algún momento debí aferrarme al risco que tenía más a mano ya que temía no regresar a mi cuerpo…muy fuerte.
Visitando Machu Picchu
Un par de horas después estábamos en la ciudad de Machu Picchu, donde creo que no hice bien en contratar un guía oficial de los que por allí había y que cobraban 140 soles por dos horas (1$=3 soles). Si llego a hacerlo y me hubiera salido otra vez con los atlantes, como ya me sucedió en El Valle Sagrado, no se que habría podido pasar.
Por suerte aquí si encontramos paneles informativos, a pesar de lo cual, y aunque sea a toro pasado, me he prometido hacerme con algún libro riguroso sobre los incas y su cultura (finalmente lo haría en Cusco).
Aparte de la espiritualidad que se aprecia en el enclave, Machu Picchu impacta por su arquitectura monumental y por la manera en que se integra en el fabuloso paisaje. Si antes comentaba que me sorprendió su ubicación, la imagen general de la ciudad encajó perfectamente con la que tenía asumida; no excesivamente grande, fácil de recorrer y perfectamente adaptada al terreno.
Qué fue Machu Picchu
Respecto a la gran pregunta de Qué fue Machu Picchu no existe aún una teoría definitiva. Los incas no conocían la escritura, por lo que la respuesta depende exclusivamente de la arqueología. Se cree que en origen fue un santuario bajo la Montaña Vieja, lo cual parece probable, y que hacia el siglo XV Pachacútec Inca le añadiría la función de residencia temporal, perteneciendo a este momento las principales construcciones del sitio.
En el yacimiento, que está bastante reconstruido, existen dos zonas diferenciadas: las terrazas y el poblado, siendo en este último en el que invertimos mayormente nuestro tiempo ojeando templos, plazas, viviendas y canales. A pesar del interés inicial que tenía por saberlo todo (fechas, funciones, significados…) rápidamente concluí que me faltaban días para empaparme bien de aquello (siempre faltan!), por lo que decidí disfrutar del momento y deleitarme con lo que tenía delante.
Personalmente me impactaron dos cosas de Machu Picchu:
- Lo primero (ya lo experimenté tras mi primer encuentro con restos incas en Ecuador), es como una cultura de la Edad del Bronce (según la clasificación tradicional) pudo desarrollar tal maestría en el corte de la piedra, alguna tan dura como el granito. Así consiguieron construir muros con bloques irregulares de varias toneladas que encajan como piezas de Tetris (no, no veo la mano de extraterrestres).
- El segundo aspecto, aparentemente menos monumental, son los aterrazamientos. Trazar andenes superpuestos en esas laderas tan escarpadas fue una proeza no menor que tallar piedras gigantes con extrema precisión. Con ello no solo resolvieron el problema de abastecerse de alimento, sino que crearon plataformas niveladas sobre las que construir las edificaciones y, ya de paso, ganar estabilidad frente a los habituales seísmos que padece esa zona.
La visita a Machu Picchu fue para mí básicamente una experiencia de sensaciones, complementada con los datos que obtuve de los paneles informativos. Plenamente satisfechos, a eso de las 15,00h la mayoría de los visitantes se fueron y pudimos sentirnos un poco dueños de la ciudad, llegando incluso a disfrutar de una pequeña siesta.
Hacia las 16,30 decidimos abandonar Machu Picchu y esta vez bajamos caminando hacía Aguascalientes por el sendero tradicional. Aquel día y el siguiente todo fue jolgorio y alegría, hasta tal punto que bajamos desde Aguascalientes hasta la Central Hidroeléctrica prácticamente corriendo y cantando todo el trayecto…subidón total! Desde allí un taxi privado nos llevó hasta Santa María, donde esta vez tuvimos más suerte y pudimos tomar una combi hasta Cusco.
Aquella noche fue de celebración por todo lo alto y al día siguiente me dirigí a la estación donde me despedí de Nica (siempre agradecido compadre); el iba hacia el norte y yo hacia el sur. Al rato, me monté en el primer bus que se dirigía hacia el sur y conseguí un comodísimo asiento individual que me supo a gloria, permitiéndome incluso dormir algo, lo cual no suele sucederme en vehículos rodados. Aquella noche la pasé en Puno, última población peruana situada ya en la ribera del Lago Titicaca, el cual sería mi destino final. Sería allí, en una isla legendaria ubicada en medio de aquel vasto mar interior, donde concluiría mi gran viaje por Sudamérica.
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