De camino a Lima desde Huaraz lamenté que la cámara estuviese en el maletero del bus, ya que perdí las mejores vistas posibles de la Cordillera Blanca, así como de la pintoresca ruta que toma la Panamericana junto al Océano Pacífico, atravesando una larguísima duna de varios cientos de metros de altura. La carretera serpentea por aquí, hacia la mitad de la duna, y a dos metros de tí puedes ver la caída tremenda hasta la misma orilla de la mar.
No hay quitamiedos y los carriles no son especialmente anchos, encontrándose a veces invadidos por la arena. No quise acordarme de las escenas que vi camino a Baños o del trayecto que tuve hasta Cajamarca, por lo que decidí enfocarme en el árido paisaje y en algunas de las sorpresas que me ofrecía, como las islas de Lima, frente al Callao.
Lima o la Ciudad de los Reyes fue fundada en 1535 por Francisco Pizarro, cuya estatua ecuestre ya no preside la Plaza de Armas. Fue la capital del Virreinato del Perú y la más importante ciudad de Sudamérica hasta 1821, cuando pasó a convertirse en capital de la República del Perú.
No me apetecía excesivamente pasarme por allí ya que las grandes ciudades suelen agobiarme, pero era la única opción posible para dirigirme hacia el sur del Perú. Geometría y angustia, así definió Federico García Lorca a Nueva York hace casi 100 años, aunque en realidad a mi Lima no me angustió en absoluto y su geometría, en especial la del centro histórico, el Cercado de Lima, me resultó de lo más agradable.
Lima es inmensa
Cuando comento algo sobre alguna ciudad peruana o ecuatoriana en realidad me estoy refiriendo a su centro histórico, cuyo epicentro siempre es la plaza de armas o mayor. En torno a la misma se articulan las cuadras, definidas por calles rectilíneas, como si de un tablero de ajedrez se tratase. Esto es así porque son ciudades de nueva planta, herederas de las greco-romanas, trazadas a cordel y estaca hace casi 500 años. Pero si te sales de estos centros históricos encuentras otro tipo de urbanismo menos pulcro, más reciente y caótico, el cual no suele aparecer en las guías de viaje.
En cualquier ciudad observas este urbanismo durante unos minutos cuando sales o entras en bus. En Lima este paisaje es habitual durante casi un par de horas cuando vienes desde el norte. El motivo es que la inmigración desde el campo provocó un crecimiento urbano desmesurado y anárquico durante la segunda mitad del siglo XX, un fenómeno demográfico causante de grandes desigualdades sociales que se tradujo en unas condiciones de vida más que precarias para millones de personas. En el Área metropolitana de Lima viven más de 8 millones de personas, aproximadamente el 30% de la población total del país.
Durante el trayecto hacia Lima conocí al Señor Jaime, profesor en el Callao, quien al llegar a la terminal de buses me acompañó durante un rato hasta que tomé uno de los nuevos buses urbanos azules que conducen hasta el Parque Kennedy.
Conversamos sobre muchos temas, pues ambos éramos de espíritu curioso y queríamos saber cosas del sitio de procedencia del otro: yo le preguntaba que ver y hacer en Lima un fin de semana o que opinión le merecía el presidente Humala; él, a cambio, me inquiría sobre el significado de gilipollas en España, o si Galicia contaba con costa. Al final me trasladé a pasar la noche al distrito más elegante, animado y europeo de Lima, Miraflores. Era sábado y fue una buena decisión, ya que pude observar la animada vida nocturna de la ciudad.
El domingo tocó paseo por el centro histórico, asistencia al cambio de la guardia, comida en el Restaurante La Muralla y gracioso encuentro con un pícaro aspirante a guía turístico que sólo pensaba en hacerse amigo de las turistas «gringuitas»; me regaló un billete antiguo de 1.000 soles para tratar de ganarse mi confianza, aunque finalmente cada uno pagamos nuestra cerveza y él se mostró encantado de que le tomara una foto con las chicas suecas que comían en la mesa de al lado.
Por la tarde tomé un microbús que me llevó hasta el Cerro de S. Cristóbal, magnífico mirador que te ofrece una panorámica impactante de lo que es una megaurbe latinoamericana. A la vuelta comprobé como el fútbol es ciertamente un idioma universal. Sucedió junto al Parque de la Muralla en unos pequeños anfiteatros donde se daban cita los mejores cómicos del país. Conocí a un trabajador del palacio presidencial que me preguntó por mi origen, y cuando le dije que era de Almería rápidamente me repasó las últimas campañas de la Liga Española y me citó orgulloso a Santi Acasiete, capitán de la selección peruana y de la U.D. Almería hace unos pocos años.
El Santi era defensa central, un tío de casta que nunca se guardaba nada. Con él o pasaba el balón o el rival. Cuando arrollaba al delantero y el árbitro le señalaba la falta solía dirigirse a él diciéndole que había tocado balón, lo cuál muchas veces no era cierto.
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