Cajamarca era mi segunda parada obligada del Perú. Llegué, desde Chachapoyas, una mañana muy temprano con la garganta tocada del viaje: una odisea nocturna de 10 horas en combi, transbordo incluído en Leimebamba, por una carretera plagada de curvas cerradas que tendría no más de 5 metros de anchura. Si mides más de 1,80m es frecuente que tengas problemas en algunos transportes públicos, así que al sacar el billete pedí ir en el asiento del copiloto para tener las piernas un poco más estiradas. Fue un error monumental que me costó un mal trago.
Supongo que como a muchos conductores, me sucede que cuando debo montarme en un vehículo conducido por un desconocido trato de hacerme una idea previa de su carácter (si es que puedo), lo que me podría dar pistas acerca de su comportamiento al volante. También suele ocurrir a la inversa, es decir, que observando (o sufriendo) como conduce alguien te sueles llevar una imagen aproximada de su carácter. Persona nerviosa equivale a conductor que suele ir rápido; gesto amable o andares pausados significa que la persona es tranquila y que por lo tanto conduce de modo relajado.
Esto lógicamente no es ninguna teoría cierta, como bien me demostró el kamikaze que guiaba la combi a los quince minutos de haber iniciado la marcha. Su semblante bondadoso y la manera en que se acomodó en el asiento al montarse en el vehículo no hacían presagiar lo que vendría después. Sin duda que la carretera la conocía como el pasillo de su casa y sería por eso que iba como alma que lleva el diablo, acelerando siempre al negociar cualquier curva y dando un brusco volantazo justo en el momento en que parecía que nos ibamos barranco abajo. Le insistí en que no debía correr, traté de darle conversación varias veces, le ofrecí comida, y ni por esas.
Al fin, tras cuatro horas de suplicio ininterrumpido y de jugarnos el pellejo seriamente, su compañero, bastante más prudente que él, lo relevó al volante y sólo así conseguí dormir algo. Cuestiones como la educación vial, sobre todo cuando se es responsable de muchas vidas, deberían tomarse más en serio. Ya camino de Chachapoyas casi tuvimos una colisión con otro bus en una curva infernal.
En Cajamarca se produjo el principio del fin del Tahuantinsuyu, ya que allí, en lo que hoy es su Plaza de Armas, fue donde Francisco Pizarro y los suyos capturaron al Inca Atahualpa. Me sorprendió comprobar como estos hechos siguen tan presentes por aquí, y cómo siendo español siempre aparecerá alguien dispuesto a «recordártelo». Como por ejemplo alguien en forma de guía.
La anécdota (pues no fue más que eso), fue que al enterarse el guía de Cumbemayo de que yo era español, se dirigió en quechua a dos chicos peruanos de la excursión refiriéndose a mí y provocando la risa de éstos. Este señor se sentía orgulloso de su pasado inca, lo cual me parece genial, y renegaba abiertamente de cualquier signo de la herencia hispánica del Perú (aunque supongo que sus ancestros vendrían de ambas ramas, ya que era mestizo).
Al hacer estas declaraciones siempre se dirigía a mí de manera vehemente y con mirada torva. Según él «todo peruano tenía la suprema obligación de hablar quechua», pero él se expresaba en un español perfecto y sobre todo su nombre, Manuel, no me pareció muy quechua. Creo que D. Manuel olvidaba que estamos en el S.XXI y que desde nuestra perspectiva actual siempre es fácil juzgar hechos pasados, además de que vivir en el pasado (hace casi 500 años!!) desde el odio y el rencor, no augura un buen futuro.
La verdad es que el mantra anti-español sigue muy vivo por estos lares, actuando como una perfecta cortina de humo que, desde que existen estos estados hace 200 años, ha contribuido a forjar un sentimiento nacionalista en grupos étnicos de aspiraciones socio-económicas diversas y, en ocasiones, contrapuestas. Una buena jugada que ha permitido a los descendientes de aquellos «libertadores» criollos, descendientes a su vez de conquistadores y encomenderos, seguir esquilmando los inmensos recursos de aquellas tierras y gobernar países como si fueran sus haciendas, perpetuando injusticias sociales, acusadas desigualdades y corruptelas múltiples. En fin, la Historia y sus cosas, siempre dispuesta a ser manipulada para beneficio de algunos.
Que ver en Cajamarca
Cajamarca se asienta en un apacible valle y representa claramente el arquetipo de ciudad colonial, con un centro histórico que supone un auténtico alegato al arte barroco más puro del siglo XVII. Las calles y plazas aledañas a la Plaza de Armas me resultaron tan familiares que a veces creí estar en Granada, Toledo, Cáceres o Salamanca. Grandes casonas de cuatro crujías articuladas en torno a patios centrales con pórticos y galerías superiores, pavimentos peatonales y adoquinados, la inacabada catedral, iglesias y conventos como San Francisco o el conjunto monumental de Belén, etc.
Sin embargo, y he aquí lo fascinante de Sudamérica, este ambiente tan familiar para los europeos, convive con la esencia propia y natural de lo indígena; en lo étnico, en los alimentos, en los olores, en las vestimentas, aunque lamentablemente no tanto en lo arquitectónico, ya que el único edificio precolombino conservado es el Cuarto del Rescate, un sencillo ejemplo de la soberbia arquitectura incaica donde el ambiente de duelo sigue vivo casi 500 años después. La idiosincrasia dual de estas tierras se atisba claramente en Cajamarca, y si bien no es tan manifiesta como en Arequipa o en el Cusco, sin duda la hacen merecedora de una visita que no decepcionará en absoluto (tres días le dediqué yo).
La verdad es que fue una gran decisión conocer Cajamarca, una ciudad bonita y acogedora habitada por gente bondadosa como el Señor Wilmer, un tendero apasionado de la arqueología de su tierra cuyos conocimientos e ilusión por el tema dejarían en evidencia al guía más erudito. Los alrededores de Cajamarca merecen alguna excursión para visitar los petroglifos e ingenios hidráulicos del Complejo arqueológico de Cumbemayo, pertenecientes a la antigua cultura cajamarquina, sitos en el altiplano a casi 4.000m. También, muy cerca de los vestigios arqueológicos, visitamos la pintoresca formación geológica del Bosque de piedras de Cumbemayo.
Para los amantes del rock & roll, deciros que los sábados por la noche son muy animados, resultando posible encontrar bandas haciendo versiones de Blondie, Guns n´Roses o Green Day. Aunque me habría dado una vuelta encantado, debí irme temprano a la cama ya que a la mañana siguiente me iba hacia la costa, hacia Huanchaco.
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