De la playa a la sierra en un día, del sol estival de Huanchaco al invierno lluvioso de Huaraz, capital del Departamento de Áncash y de los deportes andinos al pie de la Cordillera Blanca. Esta majestuosa formación geológica de nieves perpetuas, parte de los Andes, se engloba enteramente en el Parque Nacional Huascarán, el cuál recibe su nombre del pico más alto del Perú (6.768 m.s.n.m).
Huaraz existe y hay que ir
Si bien antes de venir al Perú ya sabía que tenía destinos muy variados en cuanto a climas y paisajes, reconozco que nunca antes había oído hablar de Huaraz hasta que pisé Sudamérica. Y fue en Cuenca, la de Ecuador, una bonita ciudad de la que os contaré algo en otro momento. Resulta que el patio de un animadísimo hostal cuencano (no conquense!) era el centro de reunión de los fumadores que nos alojábamos allí. Desde el primer momento que coincidimos me llamó la atención un asiático que resultó ser japonés.
De gesto sonriente y edad imprecisa (como la mayoría de asiáticos), con rastas, forro polar, bermudas de cuadros y chanclas playeras, supongo que era la clase de personaje que no pasa desapercibido fácilmente, pero a mí además me dió la impresión de que tenía historias interesantes que contar y que venía curtido por miles de kilómetros aquí, allá y más allá.
Siempre iba sólo y apenas se relacionaba con nadie. Casi no hablaba inglés y sólo balbuceaba unas cuantas palabras en español, más que suficientes para que me enterase de que llevaba dos años viajando por el mundo, que ya había recorrido África en bus de sur a norte y que en Sudamérica llevaba cuatro meses, dos de los cuales los había invertido en atravesar la Patagonia en bicicleta.
Cuando le pregunté por su destino favorito del Nuevo Mundo me respondió «Perú«, y cuando le pedí un lugar más concreto de Perú musitó algo que al principio no comprendí, hasta que a la tercera o cuarta vez de repetírmelo conseguí entender claramente dos palabras, no más, pues en realidad fueron las únicas que pronunció: «Huaraz» y «Cordillera Blanca«. Nunca llegué a saber su nombre, pero me facilitó una información que me pareció que valía oro, sobre todo viniendo de semejante trotamundos.
En Huaraz
Al llegar a Huaraz de madrugada probé suerte en cuatro hostales y hoteles diferentes ya que no disponía de reserva previa. Unos parecían catacumbas, otros algo peor. Hasta que, ya amaneciendo, conocí a Marco en la Plaza de Armas y me llevó al sitio perfecto, el de las tres «B»: Bueno, bonito y barato . Marco es uno de los muchos agentes-guías de Huaraz, aunque para mí fue un conseguidor fiable y eficaz. Con él contraté las excursiones a realizar por un precio más propio de peruanos que de «gringos» (sí, suele haber un doble baremo) y así pasé en Huaraz cuatro días, mi récord de permanencia hasta esos momentos en cualquier destino iberoamericano.
Decidí no hacer el Gran sendero Santa Cruz, de cuatro días de duración, el más famoso y demandado por los turistas, ya que no tenía el equipo adecuado. Viajando con sólo una mochila de 30 litros, me imaginé muerto de frío y calado hasta los huesos montando una tienda de campaña antes de la puesta de sol, y al levantarme muy temprano ponerme la misma ropa empapada del día anterior.
Aunque Marco me había ofrecido prestarme parte del material y yo pensaba inspeccionarlo al detalle, finalmente desistí. Y creo que hice lo correcto pues cuando aparece la lluvia o la nieve a más de 4.000 m.s.n.m la cosa puede ponerse seria y a la montaña hay que respetarla siempre.
Una de las mejores cosas que ver en Huaraz es su mercado callejero, de los más alegres y variopintos que conocí en Sudamérica. Andurreando por allí me quedó claro que era temporada baja ya que apenas me crucé con extranjeros. Puedes encontrar comida de todo tipo, pero sobre todo ropa de montaña que imita las mejores «chompas» y «casacas» de marcas norteamericanas.
Como necesitaba una segunda capa estuve toda una mañana saltando de puesto en puesto, regateando y hablando con l@s vendedores hasta que al final dí con algo que me dejó satisfecho. Creo que algun@ de los vendedores acabaron hasta el gorro de mí!!
Aunque no pudimos visitar el yacimiento arqueológico de Chavín de Huántar por desprendimientos en la carretera, en Huaraz disfrutamos de un par de salidas antológicas, especialmente la segunda: el Glaciar Pastoruri y la subida a la Laguna 69 (llamada así por el código que enumera las lagunas del Parque Nacional Huascarán, aunque el resto sí que tienen nombre propio).
En las dos excursiones recorrimos paisajes desolados de los Andes que parecían más propios de la tundra ártica, sin vegetación arbórea pero tapizados de musgo y plantas muy similares al esparto. El verde pálido que todo lo dominaba y la presencia ocasional de cascadas y riachuelos me recordaron por momentos a las tierras altas de Escocia.
Visita al Glaciar Pastoruri
La visita al Glaciar Pastoruri es muy turística, me pareció más una romería, y el clima no acompañó demasiado ya que nos cayó un tremendo nevazo a 5.000 m.s.n.m. En cualquier caso la oportunidad de visitar un monstruo de la naturaleza como éste no se presenta a menudo. Quizás porque el día anterior había sido Nochevieja y me había acostado muy tarde, esa mañana no me encontraba especialmente fino, sobre todo cuando a primera hora visitamos las Puyas de Raimondi, unas singulares plantas que crecen en el altiplano y que deben su nombre a un polígrafo italiano que desarrolló su labor en el Perú durante el siglo XIX .
En la siguiente parada del día, el Glaciar Pastoruri, gracias a Lisbeth descubrí que las hojas de coca son la diferencia entre sentirte un títere tambaleante o una criatura de las alturas liviana y enérgica. Esta jovencita, mi compañera de excursión, aguantaba el nevazo con sus vaqueros, sus zapatos altos y su cabeza descubierta como si nada. Su historia, y la de su madrina holandesa enamorada del Perú y que habla quechua, darían para una película. Si mal no recuerdo Lisbeth fue la segunda peruana que me invitó a conocer su casa, en Chiclayo.
Ese día también viví muy de cerca los terribles efectos que produce el soroche o mal de altura. La víctima fue una desdichada coreana que iba sentada a mi lado en el microbús y que tuvo la desafortunada idea de pasar del nivel del mar, de Lima, a 5.000 metros de altitud en un sólo día. No fue nada agradable ver como la pobre sufría espasmos y vómitos mientras una familia peruana le proporcinaba mate de coca y yo la cubría con mi poncho. Al llegar al glaciar se bajó del microbús y apenas fue capaz de dar unos pasos antes de volver a subir al interior.
Excursión a la Laguna 69
La subida a la Laguna 69 (4.400 m.s.n.m) es una exigente ruta de 3 horas a la ida (5,30h total) en la que recorres 15 km salvando un desnivel de muchos cientos de metros entre cataratas, lagunas, valles de borreguiles, inabarcables paredes y glaciares, todo bajo la sombra imponente del Huascarán. Por lo visto mucha gente montañera opina que es de las rutas de senderismo más bonitas del mundo y que no tiene nada que envidiar a cualquiera de las del Himalaya o los Alpes. Al inicio de la ruta llegas ya completamente sometido al paisaje, tras haber pasado previamente por la Quebrada de Llanganuco y las lagunas Chinancocha y Orconcocha.
Lo más impresionante es sentir la altura, apreciar como arrancan las paredes graníticas desde el fondo de los barrancos y se elevan miles de metros, pero sobre todo lo onírico que resulta, al llegar exhausto a la Laguna 69, contemplar las aguas turquesas con la catarata bajo el glaciar. Adam y un chavea coreano que paraba en mi hostal (jamás conseguí retener su nombre) fueron los compañeros en esa jornada tan especial.
El día anterior ya habíamos coincidido en el glaciar y con el neozelandés volvería a coincidir de nuevo en el Lago Titicaca, ya en Bolivia. A la vuelta, empapados por la lluvia y con el barro hasta los tobillos, un guía peruano y yo ejercimos de improvisados ingenieros y construímos un puentecillo de piedras y ramas para que el grueso del grupo pudiese vadear uno de los caudalosos arroyos que encuentras durante el trayecto. La Laguna 69 a vista de dron
En Huaraz también gozamos de una cena de nochevieja cosmopolita por cortesía de mi amigo francés Marc, ex montañero, y Carol, su esposa peruana, quienes regentan el Hostal «La Cabaña». Los invitados extranjeros (británicos, coreanos, rumanos) fuímos agasajados, y especialmente quien escribe estas líneas, ya que me ofrecieron sentarme a la derecha de Marc, el anfitrión (en Perú esos detalles aún cuentan).
Cuando me sigo sorprendiendo de cómo muchos de los viajeros que encontré en el Perú no conocían Huaraz ni la Cordillera Blanca, pienso al instante que en cualquier momento se les puede aparecer su particular pitoniso, dispuesto a ofrecerles la respuesta que les hará comprender porqué la naturaleza contiene maravillas asombrosas. A mí, ese pitoniso se me presentó en forma de japonés trotamundos: DOMO ARIGATO GOZAIMASU!!
Tras mis andanzas por la Cordillera Blanca, la Ciudad de los Reyes me aguardaba…
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