Baños de Agua Santa sería mi primer viaje por Sudamérica gracias a una jugada inesperada.
Baños de Agua Santa (Ecuador)
Baños de Agua Santa sería mi primer viaje por Sudamérica gracias a una jugada inesperada.
Recién aterrizado en Quito, Guille me acogió en su casa del barrio de La Floresta mientras le tomaba el pulso a la ciudad y me homologaban los títulos académicos (2 meses tardaron). Guille también es de Almería y nos conocíamos desde que estudiábamos en Granada. Si la hospitalidad en la lejanía es siempre de agradecer, en este caso aún más, ya que al poco de mi aterrizaje comprobé que adaptarme a Quito no iba a ser fácil y que me requeriría más tiempo del que había imaginado.
¿Qué hacer pues? Mi solución ante ello pasaba por viajar y moverme todo lo que pudiera, ya que así mataba dos pájaros de un tiro:
- Por un lado la espera por la homologación de los títulos se me haría más llevadera. Una vez los tuviese ya podría empezar a buscar trabajo como profesor.
- Por otra parte sería el mejor modo de empezar a sumergirme en aquel mundo nuevo y familiarizarme cuanto antes con su idiosincrasia.
Guille es arquitecto y fue invitado a dar una ponencia en el 1er. Congreso Ecuatoriano de Turismo Rural y Comunitario que se organizaba en Baños de Agua Santa, por lo que cuando me ofreció que lo acompañase no lo dudé. La jugada era fenomenal, pues aparte de contar con alojamiento gratuito en un bungalow de un complejo turístico, le asignaron un coche privado con conductor. Como acompañantes de viaje teníamos a un arquitecto quiteño y a su pareja.
De camino a Baños de Agua Santa
En mi primer viaje por Sudamérica recorrimos hacia el sur la Avenida de los Volcanes, que no es sino la franja de los Andes que atraviesa el Ecuador de norte a sur; una espina dorsal que se encuentra plagada de imponentes nevados activos. Aquel día conocí el Cotopaxi y sus 5.897m de altura, la silueta perfecta de cualquier montaña imaginable. También, aunque algo menos, me impactaron las fértiles praderas que jalonaban nuestro itinerario, las cuáles derivaron en cerros más áridos, con cactus, conforme la carretera perdía altura.
De aquel viaje a Baños hubo otra circunstancia que me llamó poderosamente la atención, y no precisamente para bien, y fue el tráfico. Aunque la autopista, la Panamericana, estaba en buen estado y algunos tramos eran nuevos, apenas había paneles informativos, carecía de vallado y carriles de salida, por lo que el cambio de sentido debía hacerse en la mediana, desacelerando en el mismo carril izquierdo de la autopista. Aquello me chocó aún más cuando comprobé como se las gastaban al manejar, conducir, ya que una vez que abandonamos la Panamericana y tomamos una carretera nacional de un carril en cada sentido, la gente adelantaba sin ningún reparo, coincidiendo normalmente con el vehículo que te venía de frente.
Así, había momentos en los que en una carretera de dos carriles coincidían tres vehículos en paralelo. Si no hay espacio suficiente para que alguno de los vehículos de los lados se aparte, la tragedia está servida, que fue justamente lo que le pasó a una alumna mía que iba camino de la playa, con sus amigas, a celebrar su salida del bachillerato. Un accidente que se pudo evitar (conducía el chófer de la familia) y que me supuso un funeral pocos días antes de mi despedida del Ecuador.
Respecto al tráfico, tendría después una mala experiencia en Perú, en el viaje nocturno hacia el Cuyabeno o en el regreso del Yasuní, e insisto, una vez más, en que tengáis mucho cuidado al desplazaros por carretera en Sudamérica.
Conociendo Baños de Agua Santa
Nosotros aquel viernes llegamos a Baños sanos y salvos y nos pudimos alojar tranquilamente en el hotel, un acogedor complejo de apartamentos situado junto a la Cascada Cabellera de la Virgen. Por la tarde Guille dio su ponencia y después nos fuimos a tomar algo. Allí, en un ambiente cada vez más animadocon la gente del congreso, tuve que ceder ante la insistencia de la parroquia local y atreverme con el Licor de Puntas, el aguerrido aguardiente nacional.
Por allí apareció, de repente, la gerente del hotel en el que nos alojábamos, diciéndome, entre otras cosas, que siendo soltero, como era, no solo podría encontrar una chica ecuatoriana, sino que además no tendría que preocuparme por trabajar, pues ella me mantendría, pudiendo dedicarme yo a la vida contemplativa o a acumular amantes, si así lo deseaba. Según ella eso era habitual allí y además era motivo de orgullo para la esposa, pues a mayor número de amantes, mayor sería el reconocimiento que recibiría la hombría del marido.
Aquello me impactó bastante y en el momento no supe bien si se estaba quedando conmigo o me decía: Bienvenido al Ecuador, bebé. Lo que sí pude comprobar después, viviendo allí, es que el flirteo está a la orden del día en cualquier ambiente, que la gente es más dulce y cariñosa que los españoles y que aquella sociedad es muy machista; todos los días me lo recordaba, entre otros, el cartel gigante de Detergente El Macho situado a las afueras de Quito.
Esa noche en Baños, ambientados por el Caballito de Palo, lo pasamos muy bien y cuando Guille se retiró, cansado por el viaje y la preparación de la ponencia, yo aguanté en una disco un buen rato más con la gente del congreso de arquitectura. Al día siguiente, sábado, Guille regresó a Quito mientras yo decidí quedarme un par de días más, así que me trasladé a un hostal típico de mochileros regentado por una familia francesa, no sin antes comer con Yuri, una de las organizadoras del congreso de arquitectura, quien sería mi primera amiga ecuatoriana y con quien volvería a coincidir en Loja, su ciudad de residencia.
El hostal que elegí en Baños tenía una azotea-terraza genial, donde por las noches conocí a personajes curiosos: dos trotamundos francesas, un chaval, francés también, que venía de la selva boliviana prácticamente con lo puesto y tras haber padecido una hepatitis, una chica danesa que había trabajado en una ONG en Quito, o el indio Juan, odiador de españoles, quien regentaba una empresa de turismo de aventura al otro lado de la calle.
Qué hacer en Baños
Baños de Agua Santa es una ciudad turística, famosa por sus aguas termales y por ser una de las puertas de acceso al Oriente ecuatoriano. Ubicada al amparo del volcán Tungurahua, es un destino idóneo para el ocio y el relax donde se pueden practicar todos los deportes de aventura y naturaleza que se os ocurran. Fácil de recorrer a pie, es animada los fines de semana, pues tiene discotecas y bares de ambiente internacional, lo que sumado a los precios bajos, la convierten en destino obligado de mochileros europeos y norteamericanos.
En Baños de Agua Santa probé el cuy, conejillo de Indias, por primera vez, con papas y arroz, por el que creo que pagué 4$, recordándome a la textura al cochinillo asado. Allí también recibió mi siempre maltrecha espalda un buen masaje, me di un baño en las piscinas de las Termas de la Virgen y no visité la catarata del Pailón del Diablo, creo que por olvidarme de la salida del bus (ya me resarciría después, y bien, al conocer la Catarata de Gocta).
En cambio le dediqué mi gran excursión de Baños al Tungurahua. No es que hiciese cima (el volcán está activo, rugiente y humeante!) sino que subí hasta el bucólico paraje de La Casa del Árbol, un prado con restaurante que supone un magnífico mirador para observar, si las nubes te dejan, la Mama Tungurahua (la cosmovisión indígena humaniza a los volcanes). Un taxi me dejó cerca de allí, aunque también suben buses, y tras explorar un poco la zona y montarme en el Columpio del Fin del Mundo decidí bajar andando por la empinada ladera hasta Baños.
Aquel de Baños fue mi primer trekking en Sudamérica, un sendero pintoresco y exigente para las rodillas que salva un desnivel de unos 600m en 7km. Todo era nuevo para mí, por lo que no se me pasó detalle de los miradores, las antiguas granjas, los hoteles, auténticos nidos de águila, o los túneles de frondosa vegetación por los que ocasionalmente debes pasar, algo similar a lo que me encontraría semanas después en la ascensión a Machu Picchu. Fue aquel descenso entre aquella exuberante vegetación subtropical, (y no el licor de puntas, ni la gerente del hotel) el que realmente empezó a insinuarme la auténtica riqueza del Ecuador: una naturaleza inabarcable para un país tan pequeño.